APRENDIENDO A VOLAR

Testimonio

Mi nombre es Raquel y soy una afortunada sobreviviente, he sido tocada por la varita de esta enfermedad, al igual que pocos meses antes también lo fueron mi cuñado y mi suegro, con un desenlace mucho más triste.

Reconozco que no es igual hablar en primera persona que cuando lo mismo le sucede a alguien que quieres de verdad. Eso es lo realmente duro, ser el familiar de quien lo padece. Aunque con sentimientos contradictorios porque conozco las dos versiones posibles, y a pesar del sufrimiento, no cambiaría esta experiencia por nada. No retrocedería ni un ápice porque el cáncer enseña a vivir y a valorar cada día como si fuese el último.

En junio de 2019 me diagnosticaron un Carcinoma Epidermoide de Orofaringe con metástasis cervical. Me salvaron la vida el Dr. Bernáldez y su magnífico equipo el 5 de julio en el Hospital Universitario de La Paz. Después de la intervención y del periodo de postoperatorio regresamos a Madrid de nuevo para recibir los tratamientos de quimio y radioterapia correspondientes.

Fueron meses muy difíciles tanto por los efectos secundarios, como por estar alejada de mis niñas. Sientes que la vida se para de golpe para ti, mientras todo sigue girando a tú alrededor, pero no hay tiempo para lamentarse y dramatizar. Toca ponerse la armadura y librar esta batalla con todas tus fuerzas, incluso sin ellas la mayor parte de las veces. Es necesario tomarse un receso para reconocer el duelo, el miedo y la soledad, pero tampoco hay que entretenerse, ni recrearse mucho en ello porque hay que salir a la batalla.

Mi testimonio no quiero centrarlo exclusivamente en los momentos complicados que hubo, como los diferentes ingresos, las noches de dolor implorando morfina, los minutos de radioterapia inmovilizada por los anclajes, las esperas eternas rosario en mano, el mal augurio de la megafonía cuando rogaba que no saliéramos de las habitaciones o cuando levantarme de la cama era lo más parecido a un deporte extremo. Deseo rememorar tantas otras cosas…

Me acuerdo de los músicos que amenizaban las largas sesiones de quimio o de improvisar algún domingo por la mañana un patio de butacas con sillas de ruedas y goteros en los pasillos de la planta, para oír un mini concierto que conseguía abstraernos con las notas de un piano o de una guitarra.

Recuerdo tanta consideración…de médicos, de enfermeras sentadas de madrugada en mi cama, acariciando mi mano, cuando el dolor no remitía, de celadores trasladándome a las pruebas y en el ascensor insuflarme valor para las mismas, de técnicos que me cogían en brazos cuando no me sujetaban las piernas.

De mi marido que no se separaba ni un segundo de mí, durmiendo día tras día en el suelo, sobre una manta al lado de mi cama, sufriendo en silencio, siendo mí todo. Los dibujos de mis niñas con rótulos de ánimo que tanto miedo y desconcierto velaban, pero que nunca manifestaron. ¡Que valientes! Cuanto he aprendido de ellas.

Recuerdo las medallas, cruces, y estampas que formaban mi “Capilla de Campaña” pegadas con blu-tack en la pared frente a mi cama. Todos los “te quiero” de mis hermanos cada vez que se despedían de mí en la Paz, grabados en mi corazón. Sus viajes desde Marbella cuando la cosa se ponía fea. Dejando a sus niños para darme los mimos a mí.

Tantísimas muestras de cariño de familia, amigos y conocidos que aún estoy sobrepasada. Cientos de whatsapp, emotivas cartas, mensajes llenos de ternura, flores, libros, llamadas y miles de detalles de toda índole. Por no hablaros de nuestro frigorífico lleno a rabiar de cualquier alimento que se os ocurriese podía venirme bien y pudiese tragar.

A mis padres intranquilos montando guardia en el pasillo cada vez que me cambiaban la sonda nasogástrica o hacían las curas. Multitud de historias de valientes protagonistas que dan lecciones de vida a cada instante y con los que compartes tus miedos y tú día a día.

Recuerdo a todas y cada una de las visitas que llegaban en el AVE y nos hacían los días más llevaderos. Me acuerdo de la entereza y generosidad de Ana, mi cuñada, haciendo de tripas corazón cada vez que me visitaba en esa terrible planta para ella.

De la primera visita de la mañana de nuestros pilares en La Paz, Moncho y Miguel con sus batas blancas para empezar la jornada. No tendré tiempo suficiente para agradecerles tanto.

Recuerdo llorar de alegría abrazada a mi marido, el día que acabe la sesión 33 de radioterapia. Mí famélico cuerpo no se lo creía, lo había conseguido. Este proceso parece interminable. Crees que no llegará nunca el final, pero llega. El cansancio desaparece, el dolor se esfuma, las fuerzas se recuperan y vuelves a tener el control sobre tu vida.

El cáncer produce una catarsis total y absoluta a nivel personal y familiar. Era una oportunidad única que debía destinar a vivir intensamente. Disfrutando de esa prórroga para estar más tiempo con mi familia. Reconocía que este aprendizaje no podía ser en vano. Mi vida ya no iba a ser como antes, tenía que ser muchísimo mejor. Te vuelves sabia porque tu cuerpo cansado de tanto sufrimiento aprendió a gestionar sus energías de la forma más eficiente.

En este viaje a mi curación han sido fundamentales además de mis médicos, mi familia y amigos, mis “ángeles en la tierra”, Marisa, Vicente, Carmen y Cristina. Sin ellos jamás hubiese podido hacer este camino. ¡Cuánta entrega, amor y dedicación con alguien que ni siquiera conocíais!

También me acuerdo de la fe y de la esperanza que me ayudaron a creer que podía superarlo. La verdad es que está enfermedad ha sido como un libro abierto, el mejor maestro que pude soñar, me enseñó a:

  • Ser mejor persona
  • Priorizar
  • Vivir intensamente
  • Empatizar con el dolor ajeno
  • Quererme más y mejor
  • Conocerme
  • No perder el tiempo
  • Desarrollar mi capacidad de ser feliz

Pretendo transmitir un canto de esperanza y de optimismo hacia la enfermedad. No podemos dejarnos superar por el miedo que nos atenaza y nos impide ver con claridad todas las opciones. Y un panorama mental con nuevas inquietudes y compromisos, porque el cáncer te transforma.

Para mí ha sido un punto de partida más que un punto y final y mi deuda será siempre de agradecimiento por lo afortunada que soy de seguir aquí, aprovechando esta nueva oportunidad que me da la vida. La meta más ansiada a lo largo de estos meses fue volver a ser la persona que fui, pero eso ya no será posible porque el cáncer me convirtió en la versión mejorada de mi misma.

Muchas gracias a todos los que habéis hecho este camino conmigo. Jamás me he sentido tan querida, arropada y acompañada. Especialmente mil gracias a mi núcleo duro. A mí día a día, a mi razón de vivir, mis niñas y mi marido. Ya sabéis que sois lo más bonito de mi vida.